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TESTIMONIOS

En diciembre de 2010 navegaba yo por las aguas de internet, sin nada de entusiasmo, revisando una página de éstas que ahora son tan populares y en las que se puede conocer gente. Porque en ese momento la gente se anotaba para eso, para conocer al otro. Entre los mensajes recibidos estaba el de un chico de Pico que decía llamarse Ángel. Lo pensé unos segundos, seguí mi intuición y le respondí. La foto que había puesto era poco clara, se veía un “coso” amarillo en el fondo y él parado delante, como estaba tomada desde lejos y con poca luz su cara ni se veía. En enero de 2011 empezamos a chatear y enviarnos mensajes por teléfono. ¡No existía WhatsApp!. Hablábamos hasta las 2 de la mañana, y dejábamos a esa hora porque yo le decía: Andá a descansar que ya es muy tarde. Y él me decía: Ah, cierto que yo me tenía que levantar temprano.

Mi foto de la página y del Messenger (¡¿se acuerdan del Messenger?!...a los más viejos les digo) era del 2008 así que me pidió que le mandara una más nueva (ja, tenía miedo que el paso del tiempo hubiera hecho estragos). Le mandé la más nueva que tenía, con un año de antigüedad. Le dije: Si vas a escaparte…¡el momento es ahora!. (Era la primera vez que ponía mi foto en una página de ésas). Pero él me dijo cosas muy lindas cuando la vio. Hasta ese momento estaba todo bárbaro pero la que iba a ciegas era yo, le dije que al avión amarillo lo iba a reconocer pero a él no porque no se le veía la cara así que también le pedí una foto. Me respondió que buscara en My Space (¿¡Se acuerdan de My Space?!. De vuelta...a los más viejos les digo) Allí fui. Tenía muchas fotos...todas viejas, ja. Pero cuando lo vi bien lo primero que pensé fue: Tiene cara de bueno.

Nos gustaba mucho hablar. Él me hacía reír. Éramos dos Houdinis que habíamos decidido dejar de escaparnos. Una noche me dijo: Tratá de soñar con angelitos que seguramente andaré por allí.

Teníamos ganas de vernos ya. El primer sábado de febrero me llamó por teléfono porque quería conocer mi voz. Al otro día, domingo 6, nos vimos por primera vez.

Primera cita: Habíamos conversado ya sobre algunas cuestiones de las primeras citas más o menos a ciegas y habíamos coincidido: los nervios, las primeras impresiones, darse tiempo, la importancia de la sinceridad. De hecho mientras yo escribía mirando el teclado él hacía lo mismo del otro lado. Cuando levanté la vista me di cuenta de que habíamos escrito lo mismo los dos. El había propuesto cenar pero yo creía que era algo arriesgado para la primera cita. Ver comiendo fideos a alguien que no te gustó no está bueno, ¿no?. Así que la idea era tomar algo.

Quedamos en que pasaba a buscarme el domingo por mi casa. Me avisó que había llegado desde América un poco antes así que salimos más temprano.Nervios míos a medida que se acercaba la hora: 1000000.

Tocó timbre. Y allá salí. Estaba paradito detrás de la reja. No me acuerdo exactamente qué nos dijimos. ¡Los nervios eran 1000000! Nos subimos en la camioneta, la Eco Sport blanca, con la que nos estrolamos dos años más tarde. Dimos unas cuantas vueltas,finalmente nos bajamos en “Zonceras Argentinas”. Ya no existe. Me gustaba mucho ese lugar.

El nerviosismo había ido disminuyendo. Cenamos pizza. (Le hacía mal pero nunca me lo dijo). Yo comí sólo una porción. Él dijo:

* ¿No vas a comer más? Comiste re poquito.
* Sí, pero vos comé más.
* No, no.* ¿No vas a comer más?
* No. Si salís conmigo vas a comer más. (Y así fue. Siempre me decía: un poquito más, con su tono de voz tan dulce que era imposible decirle que no. Y yo comía…)
Quedó más de media pizza. Mucho tiempo después me enteré de que esa noche “se había recag… de hambre” (¿se pueden poner malas palabras acá?).
Cantidad de comida que tenía en su heladera cuando llegó a su casa esa noche: 0

Hablamos mucho y de muchas cosas. Por ahí vimos a la empleada del lugar que empezaba a levantar las sillas para limpiar. Nos quedamos charlando un rato más aún, con el consecuente odio de la chica, y luego nos fuimos. Dimos unas vueltas y me preguntó si quería acompañarlo hasta el aeroclub a poner la alarma.
No conocía el aeroclub. Cuando emprendimos el trayecto bordeado de plantas y vi que todo ser viviente quedaba a nuestras espaldas pensé: ¡QUÉ HAGO YO SOLA CON ESTE TIPO QUE NO SÉ QUIÉN ES, ARRIBA DE ESTA CAMIONETA, YENDO AL MEDIO DE LA NADA, ESTO PARECE UNA BOCA DE LOBO! ¡QUIÉN ME MANDA! ¡ESTOY LOCA! ¿Y SI ES UN LOCO DE M…?.
Pero ya estaba ahí. Así que, impertérrita, y con una seguridad aparente pasmosa me encomendé al Señor...diría Jorge. Cuando llegamos apagó el motor y yo dije: Bueno, se va a bajar y yo lo voy a esperar acá. Pero no. Me invitó a conocer el lugar. Yo no quería que pensara que tenía miedo o desconfianza así que allá fui, adentro de la boca del lobo. Me mostró los aviones. Me explicó algunas cosas. Un tiempo después entendí que esa noche me había abierto las puertas de su vida y de su corazón. Desde ese momento seguí metiéndome en todas las bocas de lobo que me propuso, allá fui, sin pensar ni un segundo, muerta de miedo algunas veces, pero fui.

Tal como había dicho puso la alarma. Y nos fuimos. Era muy tarde cuando me dejó en mi casa. Cada uno le dijo al otro que lo había pasado bien. Me despedí, bajé de la camioneta y entré a mi casa. A los pocos minutos me escribió diciéndome:

* Tenía un chocolate para darte y me olvidé. (Y dijo otras cosas lindas que no voy a contar acá, son nuestras).
Entonces, asomó triunfal su cabecita la segunda cita.

Rosana Castro

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